El intruso del salón de baile || Damon G. Baker

Era el segundo día en el campamento ese verano, y ya estaba algo aburrida. Esperaba que las lecciones de danza empezaran mucho más antes, pero las habían suspendido por la lesión por la lesión de una chica. Al parecer, los suelos se encontraban demasiado lisos, y el único estudio de baile preparado para una clase no alcanzaba para todos los horarios. Así que, Cherry estaba atrapada entre el horario de comida y las otras actividades realizadas en el campamento, a las cuales, obviamente, no tenía intención de ir. De repente podía quedarse en su cama hasta el almuerzo, dio unas cuantas vueltas sobre ella jugando, hasta que vio el reloj… ¡No, claro que no! Faltaban como unas 4 horas para el desayuno de las 12, y no se quedaría ahí como viejita atrapada en la cabaña. Saltó rápidamente de entre las sabanas, y entró al baño para asearse. Después de tomar una relajada ducha de agua tibia y asearse, salió del baño envuelta en una toalla. Solo estaba ella, por eso no le preocupaba mucho; las demás habían salido hace una hora, la hora en la que todos debían levantarse, salvo Cherry pues no tenía nada que hacer. Revisó su maleta, y encontró uno de los trajes de ballet que Annie le había regalado. Era de color celeste con rosado claro, y su madre lo usó en su primera presentación, la cual la llevo a la fama. Por eso, Annie siempre decía que ese traje “daba suerte”, y quería que su hija tuviera la pieza para que tuviera suerte en su camino de la danza. Se cambió en él y se puso unas converse azules oscuras con las cuales llegar hasta el único estudio disponible por ahora; cogió una maleta de mano y metió las zapatillas de punta ahí. Si haría algo, sería bailar.

Antes de salir, cogió una casaca. Si bien era usual que las bailarinas fueran de ella para allá con sus vestuarios, Cherry prefería que nadie la viera. Especialmente, cuando los trajes de ballet eran algo chiquitos, y las mallas algo pegadas. Amarró su ondulado cabello café en un moño alto, era incomodo bailar con los cabellos pegados a tu cara cada vez que dabas un movimiento. Caminó por los caminos, tratando de guiarse al dichoso estudio… Finalmente, suspiro con alivio mientras se acercaba a la puerta. La abrió, mirando a todos lados por si alguien la veía, y entró cerrando la puerta rápidamente. Sin mirar, tiró la mochila de mano a un lado en el piso, y encaminó al centro. Sin embargo, la figura de un chico la detuvo. Estaba de espalda, pero Cherry no podía asegurar conocerlo - ¿Qué haces aquí? – Preguntó, levantando las cejas, aquel chico había arruinado su perfecta mañana.