Entre canciones y partituras {Robert Fitzpatrick}

Eran apenas las ocho de la mañana cuando salté de mi cama gracias al maldito despertador que había activado la noche anterior aun cuando me había dormido cerca de las tres de la mañana, pero todo esto tenía una simple razón. Quería ver a Kalia, y si, es verdad, la veía todos los días, pero aun así, me era mucho mas fácil estar con ella cuando el idiota de su novio no andaba cerca. Y no era que le tuviera miedo, por favor, ¿Quién podría temerle a un tipo como él? Yo sabía que ella solo estaba con él por lastima, al menos eso me decía a mi mismo pues quería hacerme creer que era verdad. Sabía que ella me amaba y no iba a perder la oportunidad para que ella se diera cuenta de eso.

Todas las mañanas despertaba a la misma hora, para poder ducharme, cambiarme, y salir a espiar la puerta de su habitación, aun que obviamente no dejaba que nadie me viera, se perdería mi actitud de seductor mujeriego, y no quería verme tan desesperado por ella como en realidad lo estaba.

Despues de una rápida ducha, tomar lo primero que encontré en el armario y vestirme, salí directo al lugar donde siempre le espera ver, detrás de un gran seto en donde me sentaba, veía a donde iba y minutos mas tarde mágicamente yo aparecía por ahí sacando una casual platica en la que terminaba diciéndole que la amaba, ella me amaba y que debía dejar a su novio. Podría parecer una rutina, pero siempre tenía una forma distinta de hacerlo, y no dejaría de hacerlo hasta que ella me diera el si.

Aquella mañana había esperado mas de lo normal, estaba acostado mirando al cielo, al menos había pasto y no tierra, de lo contrario mi ropa hubiera quedado hecha un asco, y ella no podía verme así. ¿Obsesionado? Quizás un poco. Escuché como se abría la puerta y entonces miré por entre los arbustos y sonreí sin siquiera pensarlo. Ella iba caminando, se veía hermosa como siempre, y con una sonrisa que me invitaba a probar sus labios. Pero debía de serenarme. Busqué cualquier indicio que me dijera hacia donde iba. En ese momento me golpeé en la frente con la palma de mi mano, ella tenía un violín, sabía perfectamente a donde iba.

Corrí en dirección opuesta, directo a mi habitación, rebuscando entre mis cosas dejando un caos en aquel lugar. De seguro los chicos me matarían mas tarde, pero ahora solo corría como si estuviera poseído con mi guitarra hasta el salón de instrumentos. Apenas a unos diez metros de llegar frené mi velocidad, arreglé mis rulos y puse una sonrisa que sabía ponía a todas las chicas a mis pies. Abrí la puerta y me quedé congelado, era una melodía hermosa, y lo era aun mas por que era ella quien la estaba tocando. Estaba de espaldas a mi mientras que yo lo miraba fascinado con sus movimientos tan suaves y femeninos. Dejé mi guitarra en el suelo para centrar toda mi atención en ella, con tan mala suerte que la guitarra calló al suelo golpeando una batería causando un estruendo. – Hola, bonita – saludé sonriendo de lado y guiñándole el ojo tomando mi guitarra.

Al ver que dejaba de lado su violín mi sonrisa se ensanchó pues sabía que ahora vendría a saludarme, y eso significaba que tendría que acercarse a mi. Por alguna razón adoraba tenerla cerca, mientras mas cerca de mi estuviera mejor. Hacía que esa extraña sensación en mi estomago fuera mucho mas fuerte y mi sonrisa se ensanchara hasta el grado de casi hacer que me dolieran las mejillas.

Una vez que me saludó con dos besos la abracé por la cintura un momento para mirarla a los ojos, tenía unos ojos perfectos, y al ver que mordía sus labios sentí la necesidad de besarla y quitarme las ganas que tenía de probar sus labios, pero como siempre ocurría ella se separó y fue a sentarse donde antes estaba. – No sabes muchas cosas de mi – Aquella frase dejaba englobado más de un significado, pues en cierta forma, me refería a que ella no sabía todo lo que yo era capaz de hacer para por ella.

Tomé el taburete, acomodándolo aun mas cerca de ella, justo en frente, dejando solo el espacio necesario para que la guitarra y el violín no chocaran entre ellos. – Como quieras, pero despues, me gustaría enseñarte algo – le guiñé un ojo y coloqué mis dedos sobre las cuerdas dando un rasgueo con ritmo lento.

Aquella era una buena respuesta, y era la que mas me gustaba, pues dejaba muy en claro que sentía algo por mi, aun que ella no quisiera aceptarlo, la tentación está por algo y si yo la tentaba era por algo. Al sentirla sobre mi cerré los ojos momentáneamente disfrutando de esa sensación, es verdad que era un completo mujeriego, que podía llegar a mucho mas que unos cuantos besos con una chica, pero siempre y cuando ella quisiera, nunca había obligado a nadie a nada y jamás lo haría. Dentro de mis estatutos, era un caballero en eso. algo hipócrita de mi parte, pero eran mis ideales.

-Corrección, la pregunta sería ¿A ti te gusta tentarme? – al ver como sus labios se acercaban a los míos esperaba un beso en ellos, pero lo hizo en la mejilla, aun asi´, yo no iba a quedarme con las ganas. Acorté la distancia entre nosotros y rocé sus labios con los mios, empezando a jugar con los suyos mientras mis manos se aferraban a su cintura acariciándola.

Sus manos se entrelazaron con mi cabello supe que esto estaba ganado, y fue entonces cuando su mirada se cruzó con la mía y sus palabras me sorprendieron. Sabía que eran verdad, pero que lo dijera tan abiertamente no dejaba de ponerme en shock. La miré a los ojos nuevamente, con toda la sinceridad que me era posible, dejando por un momento atrás el calor que me iba invadiendo – Si estuvieras conmigo, no tendrías que ser una novia horrible, por que yo te daría todo lo que necesitas, y mucho mas – no me refería a solo algo sexual, sino también al cariño la ternura y por supuesto, todos los regalos que el pobreton aquel no podía darle. Conmigo tenía todo, y aun así seguía con él.

Me besó tomandome por sorpresa pues yo aun seguía perdido en mis pensamientos, y por eso mismo, y la intensidad del beso ambos quedamos en el suelo, afortunadamente alcancé a levantar la cabeza antes de que golpeara con el suelo, y a protejerla entre mis brazos, mi espalda dolería bastante mañana por la mañana. Sus besos en mi cuello me dejaron muy en claro que ese dolor no iba a ser nada comparado con la satisfacción de estar con ella. Si bien yo la amaba, y la quería solo para mi, no iba a desaprovechar tan buena oportunidad como la que el destino me brindaba ahora.